Internet es más rápida que nunca, pero es como si no lo fuera cuando navegamos por la World Wide Web

El artículo fue originalmente publicado en la página web de Xataka, por Javier Pastor.

En la década de los 90 comenzábamos a navegar por internet, pero tanto las velocidades como la propia WWW eran un poco de risa. Lo curioso es que estamos en 2020 y aunque las velocidades de conexión son mucho más rápidas y los contenidos mucho más ricos, navegar por la World Wide Web no es en absoluto tan rápido como podría esperarse.

De hecho el problema se está agravando, y no al contrario. En muchos países desarrollados las conexiones de banda ancha de 300 o 600 MBps son la norma, pero las páginas web, desesperadamente pesadas, siguen tardando en cargar más de la cuenta.

Mucho ha llovido, pero aquí parece hacerlo sobre mojado

En 1997 la consultora Nielsen Norman Group (NNG) hacía un análisis de las conexiones a internet. No había por entonces demasiados internautas y las conexiones por módem eran la única opción para la mayoría de usuarios, y la conclusión era clara: los usuarios querían tiempos de carga de páginas web muy inferiores a los que experimentaban.

Ya entonces estos expertos recomendaban que se redujese el tamaño de las páginas web haciendo uso limitado de imágenes y contenidos multimedia. Han pasado más de dos décadas y seguimos en las mismas: queremos tiempos de carga más rápidos y pedimos que las páginas web sean más ligeras.

La realidad es que las páginas web no han parado de crecer en tamaño, y según el estudio actualizado el tamaño medio de una página en su versión de escritorio (para PCs) es de 2 MB, mientras que la versión móvil es tan solo un poco menos pesada con 1,8 MB.

Internet es ciertamente mucho más rico y completo que nunca, pero esa riqueza no sale barata: no escatimamos a la hora de introducir todo tipo de contenidos que tratan de completar la experiencia tanto de los usuarios como de los proveedores de contenido.

Ahí entran, por ejemplo, las peticiones Javascript que han crecido de forma notable también en los últimos años y que confirman ese ansia de los proveedores de contenido por monitorizar la actividad: los scripts que recolectan de todo hacen que la experiencia quede lastrada, y a eso hay que unir toda esa publicidad que trata de hacer rentables esos contenidos —aunque sea con técnicas intrusivas— para quienes los proporcionan.

Es un pez que se muerde la cola, y en el estudio mencionan por ejemplo los datos de Httparchive, una división de Internet Archive que se encarga precisamente de analizar la evolución de internet y sus contenidos y que vuelve a mostrar cómo vamos de mal en peor.

En Estados Unidos es así: da igual que las velocidades de conexión se hayan multiplicado casi por 10 en la última década, porque el tiempo de carga medio es más o menos el que era hace diez años… si es que no es peor.

La cosa, destacaban en ese estudio, es especialmente alarmante en móviles, donde también hemos ganado de forma asombrosa en velocidad de conexión, pero donde el tiempo de carga media ha crecido de forma igual y tristemente asombrosa.

El estudio de NNG no es un caso aislado, y durante años hemos visto cómo otros análisis llegaban a las mismas conclusiones. En Backlinko mostraban hace unos meses cómo una página web tarda casi el doble (87,84%) en cargar en el móvil que en un PC de sobremesa o portátil, pero en ambos casos los tiempos no son precisamente destacables: en escritorio el tiempo medio de carga es de 4,8 segundos. ¿En móviles? 11,5 interminables segundos.

La navegación web es la excepción de una internet gloriosa

Todo ello deja claro que da igual que internet sea más rápida que nunca: en lo que respecta a la navegación web es evidente que vamos a peor. No ayuda que el contenido de vídeo se haya apoderado de la web. Cosas como la reproducción automática muy usada para mostrar publicidad a pesar de los esfuerzos de los navegadores, que tratan de bloquear cosas pero no pueden bloquearlo todo.

Evidentemente esa velocidad en nuestra conexión a internet ha permitido cosas impensables en aquella la década de 1990. Netflix, que se fundó en 1997, empezó alquilando películas en DVD por correo postal (ahí es nada) y es evidente que su creador, Reed Hastings, ni soñaba con la transición al streaming de vídeo que facilitarían estas velocidades de conexión.

Lo mismo se puede decir de la música o los videojuegos, que ahora disfrutamos más y mejor que nunca (bueno, quizás no todos) gracias al juego multijugador y desde luego al singular futuro del streaming de videojuegos. Cada vez hacemos menos cosas en local y más en la nube porque la experiencia de guardarlo todo allí es bastante similar a la de hacerlo en nuestro disco duro y las ventajas para muchos son evidentes.

Hemos ganado en muchos terrenos, seguro, pero no a la hora de navegar por internet. Da igual que ideas como los CDN o tecnologías como Google AMP hayan tratado de aliviar el problema: apenas lo han logrado, y mucho me temo que la cosa no tiene ninguna pinta de cambiar próximamente.

Habrá que armarse de paciencia. Maldición.

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